miércoles, 20 de mayo de 2015


Cunando niño.

Al pasear por el centro de Ribeira, me encuentro una huerta que sobrevivió al  cemento y veo un pequeño cañaveral.

Recuerdo cuando niño cortaba una caña, la pelaba dejando solo las hojas de la cola para formar un caballo, como Rocinante o Babieca. Y ale a correr felices.

Otras veces cogíamos dos pequeña ruedas de corcho que los barcos utilizaban en sus aparejos, las uníamos con un trozo de una rama, y con una caña hacíamos un coche, y a correr.

Los niños de hoy no juegan con cochecitos, es el coche que juega con el niño, el coche hasta evita accidentes, y no choca con paredes.

Cuando el profesor nos reñía, nos castigaba, o nos daba una colleja, al llegar a casa callábamos o llevábamos otra. Hoy no se lo decimos a nuestros imperfectos padres, que raudo acude al instituto a enfrentarse con el maestro, faltándole al respeto delante del alumno.

Cuando nuestra madre hablaba con mayores sabíamos que teníamos que callar y no meternos en asuntos de mayores, hoy no, cuando nuestra madre en una terraza habla con amigas para que nos preste atención tenemos que apuntar para darle en la espinilla, ahí nos prestara atención y nos dará una colleja. En la aldea jugábamos todos en la calle, hasta que se pusiera el sol, en aquellas épocas la prensa nos informaba de las noticias, la tv en blanco y negro nos permitía disfrutar de Rin-Tin –Tin, Bonanza, íbamos al cine en cuadrilla, coincidíamos en el punto de encuentro sin teléfono, hoy en esta sociedad hasta los espermatozoides son lentos o vagos. Cuando robábamos un beso, eras mucho robar era un secreto guardado por hombría, respeto y dignidad de nuestra Dulcinea del Toboso.

La sociedad está cambiando, está en constante movimiento, excepto cuando estamos todos reunidos alrededor de los teléfonos, ahí somos islas insonorizadas.

Recuerdo una frase de Albert Einstein, Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro

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