Cunando niño.
Al pasear por el centro de Ribeira, me encuentro una huerta
que sobrevivió al cemento y veo un
pequeño cañaveral.
Recuerdo cuando niño cortaba una caña, la pelaba dejando
solo las hojas de la cola para formar un caballo, como Rocinante o Babieca. Y
ale a correr felices.
Otras veces cogíamos dos pequeña ruedas de corcho que los barcos
utilizaban en sus aparejos, las uníamos con un trozo de una rama, y con una
caña hacíamos un coche, y a correr.
Los niños de hoy no juegan con cochecitos, es el coche que
juega con el niño, el coche hasta evita accidentes, y no choca con paredes.
Cuando el profesor nos reñía, nos castigaba, o nos daba una
colleja, al llegar a casa callábamos o llevábamos otra. Hoy no se lo decimos a
nuestros imperfectos padres, que raudo acude al instituto a enfrentarse con el
maestro, faltándole al respeto delante del alumno.
Cuando nuestra madre hablaba con mayores sabíamos que teníamos
que callar y no meternos en asuntos de mayores, hoy no, cuando nuestra madre en
una terraza habla con amigas para que nos preste atención tenemos que apuntar
para darle en la espinilla, ahí nos prestara atención y nos dará una colleja.
En la aldea jugábamos todos en la calle, hasta que se pusiera el sol, en
aquellas épocas la prensa nos informaba de las noticias, la tv en blanco y
negro nos permitía disfrutar de Rin-Tin –Tin, Bonanza, íbamos al cine en
cuadrilla, coincidíamos en el punto de encuentro sin teléfono, hoy en esta
sociedad hasta los espermatozoides son lentos o vagos. Cuando robábamos un
beso, eras mucho robar era un secreto guardado por hombría, respeto y dignidad
de nuestra Dulcinea del Toboso.
La sociedad está cambiando, está en constante movimiento, excepto
cuando estamos todos reunidos alrededor de los teléfonos, ahí somos islas insonorizadas.
Recuerdo una frase de Albert Einstein, Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y
del Universo no estoy seguro